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Viva Cristo Rey

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domingo, 27 de septiembre de 2009

Los frutos del liberalismo y la democracia

Transcribo aquí un texto escrito en 1893 por el Marqués de la Tur de Pin, que me permití tomar del excelente blog A Casa de Sarto.

Las sabias palabras de este autor no podían ser más aplicables a nuestras circunstancias actuales y a nuestra época, en que no sólo nuestros gobernantes sino también los gobernantes del país vecino y de la ONU, tratan de vendernos la idea de que el liberalismo y la democracia, ideas ya no tan nuevas, habrán de resolver los problemas de México. Sin embargo, vemos que lo que el liberalismo ha hecho es destruir las limitaciones que nos impone la moral, y la democracia ha permitido utilizar a las masas como instrumento para imponernos lo que las poderosas elites nacionales e internacionales tratan de conseguir para aumentar su poder y robarnos la soberanía que radica en el Pueblo.

Una nueva concepción filosófica; un nuevo lema caracteriza la ciudad moderna: la religión del Dios hecho hombre es sustituida por la del hombre hecho Dios. El hombre, nacido bueno según esta filosofía, encuentra en sí mismo su propio fin, el cual no es otro sino su bienestar, y debiéndolo todo a sí mismo, no se cree obligado a cumplir ni la ley divina, ni la ley natural, ni el derecho de gentes, ni ningún derecho histórico. Lo que en un momento dado anhela la mayoría de los ciudadanos es únicamente la ley, y esta ley lo puede todo, sin limitarse en sus disposiciones por barrera alguna de origen divino ni humano. La sociedad, hablando en términos apropiados, deja de existir, pues no hay ya lazo social que la mantenga, y en su lugar se coloca el Estado, es decir, el Poder sin límites, ejercido por una minoría "en representación" de la soberanía del hombre, pero recayendo sobre la masa confusa e inorgánica de los individuos. Es el régimen del individualismo, y por esto mismo del número, que engendra en el orden económico el capitalismo y en el político el cesarismo. En virtud del primero sólo cuentan las monedas, en virtud del segundo sólo los votos, y ambas cuentas acaban por hacerse una sola, como consecuencia del poder de los votos sobre las monedas y de las monedas sobre los votos. La igualdad civil y política de todos los órdenes de ciudadanos, o más bien, la supresión de estos órdenes, tiende, en efecto, a no dejar subsistir otras desigualdades sociales sino las procedentes de la cantidad de riqueza poseída, y esta desigualdad, por ello mismo, se halla sin contrapeso.

Los grandes problemas históricos de nuestro siglo consisten en saber cómo esta concepción monstruosa que es preciso llamar por su nombre: el liberalismo, ha podido seducir a las clases elevadas; cómo sus aplicaciones económicas: el trabajo sin derechos y la propiedad sin cargas, han podido encontrar defensores incluso en entre las filas del catolicismo, a pesar de haber sido combatida por la Iglesia; cómo ha engendrado el socialismo que es la consecuencia lógica y le ha abierto camino por sus excesos; cómo, en fin, sería posible aún restablecer sobre fundamentos históricos sólidos, las costumbres, las instituciones y una legislación social inspirada en el cristianismo, más que imitada del paganismo. Tales cuestiones quedan por determinarse y tales soluciones por definirse y hacerse penetrar en el espíritu público, después de dos siglos de cesarismo monárquico y de un siglo de cesarismo revolucionario. No son ciertamente estos problemas, de metafísica política, sino puntos concretos de historia social y de filosofía.

Marquês de La Tour du Pin, 1893 - extraído de "Hacia un Orden Social Cristiano", Madrid, Cultura Española, Junio de 1936.

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